sábado, 16 de julio de 2011

Hipólito, estadista y hombre honesto



Ignacio Nova
ignnova1@yahoo.com

Los líderes políticos, como esperanzas nacionales, no nacen: fraguan al asumir como suyos los imperativos urgentes, las necesidades y reclamos de muchos y la integridad y supervivencia de sus Estados y naciones. Al comprometer sus esfuerzos, capacidades y actos reales para conducirlos a la realización feliz. Son más líderes y más estadistas quienes las asumen cuando en su forma político-social, de demandas, las necesidades nacionales han sido abandonadas a su suerte por los gobernantes. No importa si al asumirlas se ríe o se canta, se sufre o se goza.

Si un gobierno del del PLD, por ejemplo y su Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo dicen a un país que bien puede ser la República Dominicana: “El gobierno no puede satisfacer ninguna demanda”, las esperanzas nacionales que ni duermen ni descansan al no caber en la cama, por ser tantas se van a Villa Diego, lejos del desprecio de quienes, tan diligentes, sí, resuelven las que les son muy y muy bien propias.

Convencidas, las demandas dicen: “Nos engañaron, se nos subieron para complacerse”. El deleite fecunda, sabemos. Lamentan ese matrimonio triste; que las abandonen después de hacerlas concebir y parir demandas y más demandas. “Debemos irnos al éxodo” dicen y arrancan. Esos caminos fueron hechos a fuerza de pisar los anhelos, yendo y viniendo, centenarios, persistentes.

Necesitamos un nuevo esposo, deciden. Y lo buscan. Como el Diógenes de la Antigua Grecia. Salió, lámpara en mano, a plena luz del día, tras un hombre honesto ó ¿Eh, Franklyn Domínguez? ó. Quería alumbrar a la misma luz; bajo ella, ver almas y consciencias; hurgar la oscuridad de lo claro. Para encontrar al hombre honesto nacional y entregarle las demandas abandonadas, ya que él, claro, desea traerlas a cuestas y satisfacerlas; es decir exterminarlas para siempre. Todos saben que el destino feliz de las demandas es el Nirvana. Lo alcanzan sólo si se las mata. Asumirlas para erradicarlas por siempre transforma a los líderes políticos en el hombre honesto de Diógenes; y a los gobernantes, en figuras históricas emblemáticas. Más si, siguiendo a Baltasar Gracián o, según monseñor Arnaiz, a Santo Tomás de Aquino y a San Bernardo, las mata con prudencia.

Bajo tal óptica, queda claro que un gobernante honesto o una figura histórica debe ser valiente: carga los pesados fardos de las esperanzas abandonadas por los débiles: quienes gobernando y pudiéndolo todo responden los reclamos del pueblo con eso de que “no puedo satisfacer demanda alguna”.

No poder es carecer de fuerzas. O, según el diccionario, “No tener expedita la facultad o potencia de hacer algo”. También es, en el criollismo vernáculo, “No me da la gana”. La “facultad o potencia de hacer algo” es la voluntad, muscular y espiritual. Quien no puede, carece, primero de fuerza de voluntad, de la entereza moral que impulsa los músculos a un acto. Preguntadlo a Hostos. Y a los fisioterapeutas. La fuerza de voluntad nutrió la lucha de los románticos de Hispanoamérica. Henchidos de ella proclamaron “¡civilización o barbarie!”. Con máximo Gómez, “¡Patria o muerte!”.

Con su lámpara conectada a un inversor o a un generador eléctrico, Diógenes andaría por esta media isla que, por un error histórico de la geografía y las matemáticas o matemático de la Geografía y la Historia, ínsula entera no es. Para encontrar al hombre honesto que gobierne. Más necesario porque son días lluviosos.

Los satélites, en su perfección fotográfica, muestran con detalles magníficos si me permiten la antítesis los estragos de los vendavales económicos del progreso del atraso. A estas alboradas corrompidas por las oscuridades, Diógenes viene con los bolsillos repletos de pesos, ¡para pagar la facturación eléctrica! Quizá lo impulse la denuncia del poeta Gastón Fernando Deligne. Señala el lugar adonde tantas demandas acumuladas trajeron a la Nación: Todo, hasta el aire, es marasmo, / todo, hasta la luz, es sueño; / todo, hasta el duelo, es quimera: / ¡sólo el mal está despierto! Amontonadas alrededor de él, la seguridad de los crímenes y los asesinatos.

Para ser personaje histórico hay que comportarse a la altura de la historia; asumir sus demandas seculares y centenarias, pesadísimas. Un Titán las carga. Suponemos porque tiene músculos firmes. Se empequeñecen los gobernantes de las medias ínsulas, los maridos infieles o los padres irresponsables que las abandonan. Musculatura de pesistas y gimnastas se requiere para venir a ser un líder o un estadista, especialmente allí donde se piensa que no hay músculos: en la voluntad, la integridad y la consciencia.

Diógenes busca al hombre honesto. Sabe que los de esa estirpe son un arcano paradójico: asumen demandas enamorados del futuro, para asesinándolas, hacerlas felices. Por eso se conecta al satélite y ve a Hipólito Mejía en CNN. Le dirige el haz de su lámpara. Lo ve echándose al hombro el pesado fardo de las demandas insatisfechas. Ese calvito quiere matar las más imperiosas, piensa. Ve que a Hipólito no le importa si las parieron otros.

La nación debe recomponerse y él se aporta, íntegro y total, para eso. “Con el producto del campo nacional, honraré la deuda nacional contraída con el acuerdo Petrocaribe”, afirma. Hipólito agrega: “Ya lo hice, en el pasado”. El presidente Hugo Chávez lo escucha. Hipólito rememora que en sus días de secretario de Agricultura, por allá por los ‘80s, produjo las caraotas necesarias para honrar un intercambio similar con Venezuela.

Agradece el gesto solidario de la patria de Bolívar y de Chávez. Rememora los vínculos históricos sagrados que unen a las dos naciones. Diógenes sabe que Hipólito hace lo que le mandan el deber íntegro, primero, y, después, sus sentimientos cónsonos con los de su pueblo agradecido. Hipólito no ignora la realidad política y económica de su empobrecida patria. Ni la necesidad de estabilidad alimentaria de Venezuela. Los líderes retóricos ofrecen palabras. Los históricos y los estadistas, productos y hechos.

Los ciudadanos escuchan sorprendidos. Se preguntan: ¿que no cumplimos nuestra parte en ese acuerdo? ¿Y el dinero que pagamos por los carburantes? ¿No abonan la cuenta con Petrocaribe? ¿Sostienen los hoyos del metro? Sería sarcasmo y cinismo. “¡Bárbaros!”, exclama. “¡Engañar a Balaguer, a Miguel Vargas y ¿también a Chávez?”. Solo genios pretenderían “ranear” a Fidel Castro. “Ofrecen amores de palabras; de hecho, puñaladas con cuchillitos de palo”, piensa Diógenes, aplatanado. “Su único acto sincero fue afirmar que querían el poder político para ser los dueños de su destino propio, para siempre”, cavila.